Foto por Eric Ward / Unsplash
Herodes, quien no quería que Jesús se convirtiera en rey de los judíos y le arrebatara el trono, preguntó a los Magos dónde estaba. Su intención era matarlo. Cuando los peregrinos no regresaron para informarle, Herodes se enfadó tanto que ordenó la ejecución de todos los niños varones menores de dos años que vivían en los alrededores de Belén.
Fue una gran tragedia. Desde entonces, se conmemora cada año el 28 de diciembre como Fiesta de los Santos Inocentes. Esta terrible historia inspiró también a Robert Lebel, quien compuso una canción titulada La complainte de Rachel (El lamento de Raquel).
¿Cómo no pensar en todas esas Raquel del estado de Maine que hoy lloran a sus hijos, asesinados a tiros en un boliche y un restaurante-bar? ¡Una catástrofe, una tragedia indescriptible! Pero, ¿cómo se afronta la vida ante semejante abismo? Por desgracia, no tengo ninguna receta. Las medidas preventivas pueden limitar estos sucesos en el futuro, pero ¿qué pasa con los seres queridos que están afligidos en este momento?
Con la imaginación, me veo frente a Raquel. Se retuerce de aflicción. No tengo nada que decirle, nada. Hay silencio. Una mano en el hombro, nada más. Entonces me invade la compasión y me invaden las emociones. Lloro por las víctimas que ni siquiera conozco. Comparto la angustia de Raquel, pero como es la primera vez que la conozco, mi profunda tristeza toca algo dentro de mí y dentro de todos nosotros: nuestra humanidad profundamente herida. Lloro por nuestro mundo y me reconozco en él.
Una sociedad herida
Esta triste matanza no proviene sólo de un individuo. Lleva las huellas de un clima social sobre el que, consciente o inconscientemente, ejercemos una mínima influencia, y que culmina en individuos más frágiles y heridos, víctimas a su vez de la guerra o de otras violencias. Mañana podría ser yo, Raquel, quien se retorcera de dolor. Cuando digo cosas así, no obtengo un apoyo unánime. Es más fácil evitar el efecto espejo estigmatizando a un culpable y condenándolo… ¡Un individuo sucio! Nosotros seguimos siendo los buenos y él el único malo. Siempre existirá “él” porque nos gusta permanecer aislados en nuestro mundo familiar y confortable.
Nos negamos a mirar con compasión a los heridos de la vida. Como resultado, se vuelven cada vez más magullados, traumatizados y desequilibrados. De alguna manera, por nuestra indiferencia, se convierten en lobos. Entonces llega lo inevitable, el sobrecalentamiento, la presión y la explosión. Sí, pero ¿qué podía haber hecho? No le conocía. Cierto, pero aquí pueden ocurrir casos similares. ¿Hay personas en mi entorno que son frágiles o sufren? A veces prefiero no verlas. Quizá haya algo en ellas que no quiero ver. ¿Son las cárceles los cubos de basura de todo lo que rechazamos de nuestro interior?
En tiempos de Jesús, las víctimas de catástrofes eran consideradas pecadoras a las que Dios castigaba. Para dejar las cosas claras, Jesús insistió en que no eran más pecadores que los demás. Dirigiéndose a todos, les dijo: “Pero si no se convierten, todos perecerán de la misma manera”. (Lucas 13, 1-5) ¿No es esto una invitación a que cada uno de nosotros asumamos nuestra parte de responsabilidad en catástrofes como la que estamos presenciando hoy?
En las lágrimas de Raquel, hay algo de mí y de ti que llorar.
Como Jesús, Raquel bien podría estar diciéndonos: “No lloren por mí, lloren por ustedes y por sus hijos”.
ACERCA DE MICHEL LABERGE
El autor está casado y tiene cuatro hijos. Desde su jubilación, participa en la organización Development and Peace (D&P), que tiene aliados en varios países del Sur. En 2010 se unió a un grupo de ocho personas para visitar a sus socios en Bolivia. Michel vio cómo las organizaciones trabajaban para construir un mundo mejor, lo que Jesús llamó el Reino de Dios. Fue vicepresidente de D&P de la diócesis de Quebec entre 2011 y 2014.
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